jueves, 22 de septiembre de 2011

Conferencia de Morris Berman





El martes 20 de septiembre del 2011 la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM recibió al escritor Morris Berman con la presentación de su libro “Cuestión de valores”, editado por Sexto Piso. Morris Berman es un académico estadounidense y crítico social que ha enseñado en varias universidades de Europa y los Estados Unidos además de haber ganado numerosos premios por sus libros. Entre sus publicaciones destacan: Historia de la conciencia (2000), El crepúsculo de la cultura americana (2000) y Edad oscura americana: La fase final del imperio (2006). A continuación compartimos el texto de la conferencia.
 


Morris Berman
Presentación, martes 20 de septiembre de 2011, FCPS.
Nuestro estilo de vida actual.
A pesar de la gran presión para no disentir en Estados Unidos, para celebrar que es el país con el mejor sistema del mundo, la nación no carece de críticos. Los últimos veinte años han aparecido varias obras que critican la política exterior norteamericana, su política interior (en particular la económica), el sistema educativo, militar, los medios de comunicación, la influencia corporativa sobre la vida estadounidense y demás. Varios son muy inteligentes, y he aprendido mucho a partir de su lectura. Pero hay dos cuestiones que en mi opinión no se consideran. Es muy difícil que se aborden públicamente, en parte porque los norteamericanos no están educados para pensar de una manera holística o sintética, y en parte también porque este tipo de análisis es demasiado incisivo e inquietante, así que es difícil que sea escuchado por los estadounidenses. Lo primero que no se encuentra en estas obras es una integración de los varios factores que despedazan al país. Estos estudios tienden a enfocarse en instituciones específicas, como si la institución estudiada existiera en una especie de vacío, y en verdad pudiera ser entendida por separado de otras instituciones. Lo segundo que me parece que hace falta es relacionar la cultura en términos generales con los valores y comportamientos que los norteamericanos exhiben en su vida cotidiana. Esto da como resultado que estas críticas terminan por ser superficiales; en realidad no penetran hasta la raíz del problema, y esta evasión les permite ser optimistas, con lo cual en los hechos forman parte de la corriente dominante de pensamiento. Los autores a menudo concluyen sus estudios con recomendaciones prácticas para rectificar las disfunciones institucionales específicas que han identificado. Así que no son una amenaza. Por lo general es un análisis mecánico con una solución mecánica. Si los autores se dieran cuenta de que estos problemas no existen en un vacío, sino que están relacionados con todos los demás problemas y en última instancia están enraizados en la misma naturaleza de la cultura norteamericana, en su “ADN”, por decirlo de alguna manera, su pronóstico no sería tan color de rosa. Quedaría claro que no hay escapatoria, que en este punto revertir la situación ya no es una opción.
Tomemos dos ejemplos: Michael Moore y Noam Chomsky. Los admiro fuertemente; han hecho una gran labor de crear consciencia en Estados Unidos, de mostrar que tanto la política exterior como la interior actuales son callejones sin salida, o algo peor. Sin embargo, ambos asumen que el problema viene desde arriba, del Pentágono y las corporaciones. Desde luego que hay algo de cierto en ello, pero el problema es que esta tesis descansa en la teoría de la falsa conciencia: es decir, la creencia de que estas instituciones han conseguido vendar los ojos del ciudadano norteamericano promedio, que en el fondo es racional y bienintencionado. De ahí que la solución sea educativa: quitemos la venda de los ojos y la ciudadanía despertará de manera espontánea y se comprometerá con alguna especie de visión popular o de socialismo democrático. ¿Pero qué pasa si en realidad la venda son los ojos? ¿Qué el supuesto ciudadano promedio en realidad quiere, como lo dijo célebremente Janis Joplin, un Mercedes-Benz y poco más? ¡Qué está agradecido con las corporaciones por dotarnos de océanos de bienes de consumo, y con el Pentágono por protegernos de esos horribles hombres de turbante que merodean por el Medio Oriente! En ese caso, las posibilidades de un cambio fundamental serían muy reducidas, ya que se necesitaría un conjunto de instituciones muy diferentes, y un tipo de cultura muy distinta. Creo que podemos estar de acuerdo en que eso no ocurrirá. Después de todo, Estados Unidos es lo que es.
Entonces, al repasar las posturas críticas encuentro muy pocos escritores que ven las cosas de manera sintética, es decir, como un todo integrado, y que además relacionan esto con la propia naturaleza de la cultura norteamericana. Pero existen algunos, y los títulos de sus libros los delatan: Los orígenes puritanos del self americano, de Sacvan Bercovitch; La guerra es una fuerza que nos da sentido, de Chris Hedges; El mito de la diplomacia americana, de Walter Hixson.C. Vann Woodward o William Appleman Williams, David Potter o Jackson Lears. Todos son pensadores radicales, en el sentido de que van a la raíz de los acontecimientos. Bercovitch es un canadiense que dio clases de estudios americanos durante varias décadas en Harvard. Su tesis principal es que desde 1630 los colonos estaban imbuidos de la idea de que formaban una nueva nación bajo el mandato específico de la Providencia, y que escenificaban de nuevo el drama del Éxodo en el Viejo Testamento. Así que al cruzar el Atlántico (equivalente del Río Jordán) arribaban al Nuevo Mundo (igual a Canaán, rebosante de leche y miel); rechazaban la decadencia de Inglaterra y de Europa en general (igual al antiguo Egipto); y establecían un Nuevo Orden, la Nueva Jerusalén; y todo esto conforme a la voluntad de Dios. El historiador Walter Hixson afirma que la identidad americana originaria se formó alrededor de la idea de que el Otro –en todas sus encarnaciones– era un salvaje, de manera que nuestra identidad siempre ha estado basada en la guerra; en realidad jamás hemos negociado nada con ninguno, como otros países han averiguado (por lo general demasiado tarde). El periodista Chris Hedges amplía esta idea al argumentar que la guerra dio una razón de ser a los norteamericanos, un sentido para sus vidas. Me parece que todo esto es mucho más sofisticado que alguna supuesta teoría de la falsa conciencia, apoyada en la creencia de que los americanos son en lo fundamental bienintencionados y racionales. En vez de ello, se considera que somos –y que lo hemos sido desde nuestros más tempranos días– neuróticos sin remedio, o algo incluso peor; y que la creencia de que podemos transitar por un camino realmente distinto a estas alturas del partido es demencial, pues requeriría una especie de extracción de la psique americana de sus propias raíces. También me vienen a la mente algunos brillantes historiadores: por ejemplo,
Como quiera que sea, quisiera pensar que me encuentro dentro de esta categoría de historiadores, aunque sea porque pienso que ésta es la versión de la historia americana que se aproxima más a la realidad. Existen varios temas que pueden discutirse ahora, que he detallado en mi trilogía sobre el imperio americano, cuyo tercer volumen, titulado Las raíces del fracaso americano, aparecerá en español el próximo año. Como no creo que quieran oírme hablar durante 12 o 14 horas, permítanme desarrollar tan sólo una idea, esbozada en mi compilación de ensayos, Cuestión de valores, publicada hace unos meses. En un ensayo titulado “Localizar al enemigo”, tomé prestado un concepto de Hegel, el de “identidad negativa”. Hegel no utiliza “negativa” en el sentido de “mala”; más bien se refería a “reactiva”. La identidad negativa, dijo Hegel, es aquella que se construye por oposición a algo o a alguien. Permite desarrollar fronteras del ego muy sólidas, siempre en conflicto con el enemigo; pero como se forma por oposición, en realidad no tiene ningún contenido. Como resultado, aparenta ser fuerte, pero en realidad es débil, porque su propia definición está totalmente supeditada a una relación con algo más. ¿Qué sería un amo, pregunta Hegel, sin el esclavo? Eliminemos al esclavo y el amo no tiene nada más que lo defina.
Mi argumento es que este concepto de identidad negativa aplica con especial precisión a Estados Unidos y a la historia del continente americano. En sus diversas formas, la oposición fungió para los colonos como una estrella polar narrativa que les permitió dotar de sentido a sus vidas. Como demuestra contundentemente Bercovitch, era una narrativa religiosa, así que no pasó mucho tiempo para que fuera maniquea, una narrativa en la que el enemigo, quienquiera que fuera, era el más malvado entre los malvados. El blanco de este odio autocomplaciente ha ido cambiando con el tiempo pero la forma, su estructura de oposición maniquea, ha permanecido igual. Así que los indios norteamericanos pronto fueron vistos como simples salvajes que obstaculizaban la “civilización”, y fueron tratados en consecuencia. Cada día de acción de gracias, los norteamericanos se sientan a la mesa a disfrutar de un pavo para celebrar el genocidio y cuasi extinción de toda una población indígena. La revolución de independencia de Estados Unidos trajo consigo el siguiente blanco, los británicos, aunque en realidad ya estaban en la mira desde que los primeros colonos partieron rumbo a América, a partir de 1620. En la visión de los colonos, Gran Bretaña era decadente y corrupta, jerárquica y orgánica, en tanto que nosotros –ciudadanos de los futuros Estados Unidos de Norteamérica– éramos esencialmente no británicos, no europeos, sino más bien republicanos, es decir, anti monárquicos. En los libros de historia americanos casi nunca se discute el terror y la brutalidad con que fueron tratados los realistas, aquellos americanos que no se plegaron a esta visión en blanco y negro, pero aun así existen ciertos registros: intimidación constante, eran bañados en alquitrán y cubiertos con plumas, se les confiscaban e incendiaban sus propiedades, eran echados de sus casas y a menudo asesinados por ser “traidores”. (Véase, por ejemplo, el reciente estudio de Maya Jasanoff, Exiliados de la libertad. Hay muy pocos libros norteamericanos sobre este tema, porque violan el mito de la inocencia americana, de los ideales nobles.)
Si seguimos adelante llegamos a la oposición con México, que condujo a provocar una guerra fraudulenta y el posterior robo de más de la mitad de su territorio. Al igual que en el caso de los indios americanos, era conveniente etiquetar a los mexicanos como ignorantes y subdesarrollados, una especie de “salvajes” que carecían de la energía vibrante del capitalismo norteamericano; es un desafortunado estereotipo que sigue teniendo cierta vigencia hasta la fecha. Al igual que los indios americanos, los mexicanos estorbaban la marcha hacia el “progreso”, hacia el Destino Manifiesto norteamericano (de nuevo, un mandato divino). De hecho, el gobierno mexicano sabía bien desde el principio con quién trataba. A finales de la década de 1820, una comisión mexicana escribió que los americanos eran un “pueblo ambicioso siempre listo para abalanzarse sobre sus vecinos sin una chispa de buena voluntad”. Como escribió Robert Kagan en Una nación peligrosa, casi todas las naciones veían de este modo a Estados Unidos, incluida España, Francia, Rusia y Gran Bretaña. Los diplomáticos franceses calificaban al pueblo norteamericano de “belicoso” e “inquieto”.
Poco tiempo después, el mismo marco conceptual utilizado para caracterizar a los indios americanos y a los mexicanos fue impuesto por el norte de Estados Unidos al sur de su propia patria: era vista como una sociedad perezosa e inactiva que estorbaba la marcha hacia el progreso. Como lo explico en Las raíces del fracaso americano, no fue la oposición norteña a la esclavitud lo que desencadenó la Guerra Civil, aunque con posterioridad esto desempeñó un papel importante como elemento unificador o grito de guerra. Desde luego que no condono la esclavitud, y es muy posible que sin la Guerra Civil la esclavitud se hubiera prolongado durante varias décadas, aunque algunos historiadores no están del todo de acuerdo con esa aseveración. Pero el conflicto fundamental fue un choque de culturas: la manera lenta y relajada del sur contra la incesante expansión económica del norte. Ambos bandos consideraban al otro como la encarnación del demonio; el resultado fue la pérdida de 625,000 vidas y una destrucción masiva del sur, cuyo clímax fue la campaña de Sherman hacia el mar, que fue de una violencia sin precedentes. Desde luego que esas cicatrices no han sanado por completo; para el sur, la Guerra no ha concluido del todo, y el resentimiento es muy profundo.
Después vinieron los alemanes –aunque esa oposición parece perfectamente justificada– y luego los comunistas “ateos”. La conversión de Rusia de aliado a enemigo ocurrió casi de la noche a la mañana, y no es difícil darse cuenta de por qué: con Alemania fuera de la jugada, se necesitaba un enemigo para llenar el vacío existente. Y aunque la Unión Soviética tenía un régimen en extremo opresivo, no era necesario –como explicó después el diplomático americano George Kennan– convertirla en el enemigo mortal, porque su principal objetivo residía en asegurar sus propias fronteras y no en expandirse. Los archivos de la KGB que se desclasificaron tras la caída de la Unión Soviética revelaron que el verdadero miedo de Rusia no era Estados Unidos sino una Alemania armada de nuevo. Sin embargo, no existió ningún intento de negociar nada con Rusia; como señaló Stalin desde 1946, para los americanos la palabra “negociación” en realidad significaba “capitulación”. De cualquier manera, la Guerra Fría mantuvo ocupada a la nación norteamericana por décadas, y la llamada defensa perimetral, que sostenía que cualquier alboroto en el mundo justificaba la intervención militar estadounidense, condujo a los desastres de Irán, Guatemala, Vietnam, Chile y demás.
Evidentemente, la estructura psicológica de la identidad negativa condujo a una crisis cuando la Unión Soviética por fin se colapsó. De pronto no teníamos a nadie contra quién definirnos. La Guerra del Golfo de 1991 ayudó a llenar el vacío por un tiempo, pero los años de Clinton carecieron de mayor sentido. A falta de un enemigo, no teníamos idea de quiénes éramos, así que llenamos el vacío con O.J. Simpson y Monica Lewinsky. Finalmente, el mundo islámico nos hizo el mayor favor que pudiéramos imaginar al atacarnos. Repentinamente, el terrorismo reemplazó al comunismo como la palabra clave, y Bush hijo, al igual que Reagan con la Unión Soviética, no vaciló en representar la batalla como una guerra cósmica entre el Bien y el Mal. Era imposible argumentar que la política exterior norteamericana en Medio Oriente tuviera algo que ver en estos acontecimientos;  sugerir algo del estilo equivalía a alta traición. No, nuestros enemigos eran malvados o dementes o de preferencia ambas; fin de la historia. Hasta la fecha, bajo el gobierno de Obama, los dólares de los contribuyentes norteamericanos pagan la impartición de talleres que enseñan a la policía y a los militares que el islam es una religión malvada, que se propone destruir Estados Unidos, y que por tanto debe ser destruida antes. (El periodista Chris Hedges subió a la red un artículo en la página truthdig.com el 9 de mayo de 2011 que describe a detalle la naturaleza de estos programas.). De nuevo, es el conflicto de la civilización contra los salvajes.
George Kennan trató de advertir al gobierno que conceptualizar el comunismo como un monolito era un enorme error de juicio, que había enormes conflictos entre Rusia y China, por ejemplo; pero como el maniqueísmo necesita figuras de cartón, los presidentes americanos a partir de Truman no hicieron caso. Algo similar a lo que sucede ahora respecto al islam. Resulta que sólo alrededor del 10% de los musulmanes norteamericanos son religiosos en realidad; para la enorme mayoría, el islam es más un asunto social que otra cosa; e incluso entre éstos, muy pocos musulmanes religiosos son jihadistas. Pero cuando la identidad es negativa en el sentido hegeliano, este tipo de sutilezas deben mantenerse alejadas de la conciencia. Por ejemplo, los estadounidenses tienden a considerar Pakistán como un sitio oscuro y espantoso, el país que ocultó a Osama bin Laden de las tropas americanas, que alberga miembros de al-Qaeda (de ahí nuestros ataques con aviones sin piloto a ese país, que en su mayoría matan civiles), o que es aliado de los talibanes. ¿Qué dirían los norteamericanos si leyeran en los periódicos –como leí el pasado junio en el Guardian(La canción se basa en “PrettyWoman”, de Roy Orbison, y dice así “Burkawoman/Walkingdownthe Street/Burkawoman/Withyour sexy feet…”) Evidentemente, la prensa norteamericana no reporta nada de esto, porque debilitaría nuestra capacidad de retratar al enemigo como si fuera completamente negro; esto podría llevarnos a un ablandamiento de las fronteras de nuestro ego, así como a un posterior cuestionamiento de quiénes somos, además de una nación en oposición a alguna cosa; y esto francamente nos da muchísimo miedo, porque entonces se acabaría el juego. londinense– que un muy popular programa de televisión en Pakistán muestra a un comediante estilo Jon Stewart que se burla del gobierno y emite canciones como “BurkaWoman”, que se burlan del fundamentalismo musulmán?
El teórico canadiense de la comunicación Marshall McLuhan afirmó alguna vez: “Todas las formas de la violencia son búsquedas de identidad.” Más recientemente, el profesor de humanidades en la Universidad Hebrea de Jerusalén, David Shulman, escribió: “No hay nada más valioso que un enemigo, en especial si es mayormente creado por los propios actos y desempeña algún papel necesario en el drama interno del alma”. ¿Cuál es el alma americana? ¿Tenemos alma? Además de la oposición, ¿qué la define? Este vacío en el centro hace que nuestra búsqueda de identidad sea particularmente grave, y hace que nuestra política sea especialmente violenta. Tengo la impresión de que nuestra estrategia siempre es la de quemar la tierra, de “golpear y sorprender”. A lo largo del tiempo, somos nosotros los que nos comportamos como salvajes, y todo ello sin gran conciencia ni reflexión. Es interesante advertir que el tema de las novelas de Paul Auster es que la sociedad americana es incoherente, que carece de una verdadera identidad y que no es más que una sala de espejos. Lleva décadas diciéndolo, y la gran mayoría de los americanos no saben quién es Paul Auster ni lo leen. Al mismo tiempo, Auster es muy popular en Europa y ha sido traducido a más de veinte idiomas. Las ventas en el extranjero constituyen el mayor porcentaje.
Es evidente que un mundo maniqueo no admite críticas, y nuestro país es muy adepto en marginar escritores que intentar criticar el país de manera fundamental. De todas formas, a los americanos no les interesan estas cosas, lo que hace que la censura explícita sea innecesaria en Estados Unidos. Pero el resultado se parece al famoso cuadro de Goya, Saturno devorando a su hijo: Estados Unidos vive una implosión, se devora vivo a sí mismo. Ése fue el argumento central de mi libro Edad oscura americana, publicado en 2006. Las cifras que respaldan la evidencia desde entonces son apabullantes. No hay una sola institución americana que no sea fuertemente corrupta, y podría quedarme aquí durante horas ofreciendo pruebas al respecto. Permítanme mejor ofrecer algunos ejemplos.
1.    Ronald Dworkin, uno de los principales intelectuales de la nación, escribió hace unos meses un ensayo en el New York Review of Books mostrando que la Suprema Corte se ha convertido en un tribunal de hombres y no de leyes. En el caso de 5 de los 9 jueces, señala, las decisiones por lo general se hacen por anticipado, con una tendencia política de derecha, y después se justifica la decisión sobre la marcha, luego de haberse tomado, aunque a menudo viola la constitución.

2.     En Deriva académica, los sociólogos Richard Arum y Josipa Roksa documentan que tras dos años de estudios universitarios, 45% de los estudiantes norteamericanos no han aprendido nada, y después de cuatro años la cifra es de 36%. La mayoría de los estudiantes considera a la universidad una experiencia social, no académica. La mitad de los estudiantes encuestados para su estudio respondió que no había tomado una sola materia el semestre anterior que requiriera que escribieran más de 20 páginas, y una tercera parte contestó que en ninguna materia se les había pedido que leyeran más de 40 páginas. Una encuesta del Marist Institute for Public Opinion publicada el 4 de julio de 2011 reveló que 42% de los adultos norteamericanos desconoce que Estados Unidos proclamó su independencia en 1776, y el porcentaje aumentó a 69% para los menores de 30 años. 25% no sabe de qué país nos independizamos. Una reciente encuesta de Newsweek mostró que 73% de los estadounidenses no conoce la versión oficial de por qué peleamos la Guerra Fría, y 44% es incapaz de definir la Declaración de Derechos. Una encuesta levantada en el sistema de educación pública de Oklahoma reveló que 77% de los estudiantes no sabían quién fue George Washington. En varias ciudades, han cerrado bibliotecas por falta de fondos, y probablemente también de interés. El pasado enero, una seria candidata presidencial alabó a los padres fundadores por “trabajar incansablemente” por abolir la esclavitud, cuando la realidad es que estos padres fundadores consintieron que una persona de raza negra constituía 60% de un ser humano en términos legales y consagró la esclavitud en la constitución.  También afirmó que el gobierno de Estados Unidos estaba en colusión con el chino para abolir el dólar. Esta mujer, Michele Bachmann, que básicamente es una imbécil, cuenta con un gran respaldo político; millones de norteamericanos la consideran presidenciable.

3.     Después del colapso financiero de 2008, las mismas personas que promulgaron la ideología que condujo al colapso fueron nombradas como asesores económicos del presidente: Lawrence Summers, Timothy Geithner, Ben Bernanke. Ni un solo cabecilla financiero de Wall Street ha ido a parar a la cárcel. De hecho, a los principales ejecutivos de las corporaciones que derrumbaron la economía se les concedieron bonos astronómicos; algunos obtuvieron prestigiosos nombramientos en lugares como la Universidad Johns Hopkins y la Brookings Institution. Entretanto, las prácticas que condujeron a la crisis, como los instrumentos derivados, los credit-default swaps(una forma inteligente de apostar contra una deuda, inventada por la J.P. Morgan Co. en 1995) y similares, ahora son utilizados con mayor vigor que antes del colapso. El ganador del Nobel de economía Paul Krugman se pregunta, de manera un poco retórica, ¿cómo es posible que a la luz del evidente fracaso del capitalismo de casino y del neoliberalismo, no se deposite la culpa del fracaso sobre los bancos (que recibieron rescates de alrededor de 19 millones de millones de dólares) y las corporaciones, sino sobre el sector público?

4.     Entre 1987 y 2007, la cantidad de norteamericanos con un nivel suficiente de discapacidad mental que califican para un ingreso suplementario de la seguridad social o para el seguro contra discapacidades mentales incrementó 2.5 veces, de manera que ahora 1 de cada 76 ciudadanos entra en esta categoría. Para los niños, este incremento es de 35 veces durante el mismo periodo, y la enfermedad mental ya es la principal causa de incapacidad entre este segmento de la población. Una encuesta de adultos norteamericanos llevada a cabo por el Instituto Nacional para la Salud Mental entre 2001 y 2003 encontró que 46% cumplía con los criterios de la Asociación Psiquiátrica Americana de enfermedad mental en algún momento de sus vidas. Diez por ciento de los norteamericanos mayores de seis años toman antidepresivos, y leo en otra parte que en términos del mercado global (es decir, en volumen de las ventas en dólares), el consumo norteamericano de estas drogas equivale a dos terceras partes del consumo mundial; esto sucede en un país que alberga a menos del 5% de la población mundial.
(Hace algún tiempo vi una pequeña placa irónica que tenía por encabezado: “Todas las tardes a las 7 en la sala de la iglesia”. Luego decía lunes: alcohólicos; martes: mujeres golpeadas; miércoles: desórdenes alimenticios; jueves: adicciones a las drogas; viernes: suicidios adolescentes; sábado: comida para los necesitados; y finalmente, el sermón dominical, a las 9 a.m.: “El glorioso futuro americano”.)
5.     La infraestructura de Estados Unidos se derrumba, y no hay dinero para arreglarla. En algunos casos también existe una oposición ideológica a arreglarla. Los diques de Nueva Orleans están en el mismo estado que antes del huracán Katrina. Hace tiempo leí un artículo sobre los esfuerzos por solucionar esto –no recuerdo si al nivel estatal o municipal–, y los servidores públicos declararon que no querían avanzar con el tema porque requería un esfuerzo de cooperación y esto, explicaron, equivalía al socialismo. Así que trabajar conjuntamente es socialista, y es mejor arriesgarnos a otro Katrina a que eso suceda.

6.     La deuda nacional es de más de 14 millones de millones, y la cifra oficial de pobreza y hambre es de 45 millones de personas, y eso a partir de criterios que ya son obsoletos. Casi 20% de los adultos norteamericanos está desempleado, con pocas oportunidades de encontrar trabajo, nos dicen los economistas, durante los siguientes diez años.

7.    Aunque esto constituye una violación de la Convención de Ginebra, el presidente tiene la facultad de decretar a cualquier ciudadano norteamericano –o cualquier persona del mundo– como enemigo y mandarlo asesinar. Pero esto no es todo. En un ensayo titulado “Los desaparecidos de Estados Unidos”, colgado en la página web truthdig.com el 18 de julio de 2011, Chris Hedges escribe:
“La tortura, la detención prolongada sin juicio, la humillación sexual, la violación, las desapariciones, la extorsión, el saqueo, el asesinato aleatorio y los abusos se han convertido, al igual que en Argentina durante la Guerra Sucia, en parte de nuestro propio mundo subterráneo de lugares de detención y centros de tortura… Sabemos de al menos 100 detenidos que murieron durante interrogatorios en nuestros ‘agujeros negros’… Es probable que existan muchos, muchos más de cuyo destino jamás nos hemos enterado.Decenas de miles de musulmanes han desfilado por nuestros centros de detención clandestinos sin ser procesados. ‘Torturamos gente sin piedad’, admitió el general retirado Barry McCaffrey. ‘Posiblemente asesinamos a docenas… tanto las fuerzas armadas como la CIA’… Decenas de miles de norteamericanos están encerrados en prisiones de ultra máxima seguridad donde son completamente aislados y destruidos psicológicamente. Trabajadores indocumentados son capturados y apartados de sus familias por semanas o meses. [De hecho, durante los dos años siguientes al discurso de Obama donde abogó por una reforma migratoria, el gobierno de Estados Unidos deportó un millón de inmigrantes.] Policías militarizados derriban las puertas de alrededor de 40,000 norteamericanos al año y se los llevan a la mitad de la noche como si fueran combatientes enemigos. El Habeas corpus no existe más”.
8.    El ejército norteamericano, que absorbe 50% del presupuesto discrecional, es aparentemente incapaz de ganar dos guerras en dos países pequeños. De hecho, no ha tenido ninguna victoria importante desde la Segunda Guerra Mundial, tras la cual decidió combatir sólo a dictadorzuelos y naciones pequeñas.

9.     Un reporte de inteligencia norteamericano hecho público en 2008, llamado “Tendencias globales 2025”, predice un continuo declive del dominio americano durante las décadas por venir, con la erosión del liderazgo norteamericano a “un ritmo creciente”, en los terrenos “político, económico y, probablemente, cultural”. Hasta donde yo sé, el presidente jamás ha mencionado este reporte, como tampoco ningún otro funcionario público.


10. El 19 de julio de 2010 el Washington Post reportó que 854,000 personas trabajan para la Agencia de Seguridad Nacional en 33 edificios que suman 17 millones de pies cuadrados de espacio en la zona metropolitana y suburbana de la capital. Todos los días, los sistemas de intervención de esta agencia interceptan y archivan 1700 millones de correos electrónicos y llamadas de ciudadanos norteamericanos, en lo que equivale a un vasto sistema de espionaje doméstico. En un artículo publicado en el New Yorker el 23 de mayo de 2011, Jane Mayer reportó que la Agencia de Seguridad Nacional tiene un presupuesto tres veces mayor al de la CIA, y tiene la capacidad de descargar, cada seis horas, comunicaciones electrónicas equivalentes al volumen total de la biblioteca del Congreso. También desarrolló un programa llamado Hilo Delgado que permite a las computadoras registrar el material en busca de palabras clave, y recopilan el registro de las facturas y los números telefónicos marcados de todos los ciudadanos del país. En violación de las leyes de comunicación, las telefónicas ATT, Verizon y BellSouth han abierto sus archivos electrónicos al gobierno. En el clímax de la locura, la Stasi de Alemania Oriental espiaba a 1 de cada 7 ciudadanos. Estados Unidos hoy espía a 7 de cada 7.

11. En Estados Unidos se puede ir a la cárcel sólo por hablar. A finales de julio de este año, el activista del medio ambiente Tim DeChristopher fue sentenciado a dos años de cárcel por su reiterada declaración de que la protección ambiental requería desobediencia civil –es decir, no violenta–. Surge la pregunta de si el mismo juez, DeeBenson, también hubiera encarcelado a Rosa Parks y a Mahatma Gandhi, su hubiera tenido sus casos entre manos.

12. Por último, mi viñeta favorita, que también ocurrió en julio de 2011. Es un incidente pequeño, pero de alguna manera simboliza lo ocurrido en Estados Unidos durante los últimos 60 años. La policía de Georgia clausuró un puesto de limonada atendido por tres niñas de entre 10 y 14 años, que trataban de juntar dinero para una excursión al parque de diversiones acuático local. La policía dijo que no sabían qué contenía la limonada; además, que las niñas necesitaban una licencia de negocios, un permiso de venta ambulante y un permiso para vender alimentos para poder atender su puesto. Por cierto, los permisos cuestan 50 dólares diarios o 180 dólares anuales.
Lo dejaré en la mención de estos 12 ejemplos pero, como dije con anterioridad, podría seguir durante todo el día con este tipo de información.
Aunque no se adentra en el asunto de la identidad negativa como tal, el escritor francés Denis Duclos, uno de los directores del prestigioso instituto de investigación de París, el CNRS, abordó el problema de la obsesión con tener un enemigo, y la violencia que resulta de ello, en su libro de 1994, El complejo del hombre lobo. En su epílogo a la edición de 2005, escribió que Estados Unidos siempre ha dependido de la figura del hombre lobo, una oscura bestia salvaje que supuestamente intenta destruirlo. La bestia cambia de contenido, dijo, pero la forma es siempre la misma. En el centro de todo yace un terrible miedo que los americanos tienen al vacío, que es una manifestación de la ansiedad de no existir, que disfrazan con un optimismo hiperactivo. Es una sociedad curiosa, escribe; un pueblo que en realidad no sabe quién es. Como los romanos, siempre se consideran bajo asedio, lo que podría desembocar por fin en un populismo fascista. “El miedo americano al monstruo siempre ha marcado su historia, ya sea que exista interna o externamente. Esto conduce a un aislamiento del país en una especie de psicosis colectiva que sólo puede contribuir a la inestabilidad internacional”.
Desde luego que así nos ve la mayor parte del mundo: una encuesta internacional de hace unos años hacía la pregunta: ¿Qué país considera como la mayor amenaza para la paz mundial?, y Estados Unidos fue de lejos el candidato más mencionado. En un artículo publicado en Der Spiegel en agosto del año pasado, Jakob Augstein argumenta que Estados Unidos es básicamente un Estado fallido, que ya no forma parte del mundo occidental; por lo tanto, Europa necesita protegerse y guardar su distancia de lo que es una cultura política muy distinta, en apariencia demencial. La evidencia que utiliza para respaldar su afirmación, y para mostrar la desintegración social de Estados Unidos, es de una deprimente familiaridad. “No se ve una liberación en el horizonte”, concluye.
Hace tiempo recibí un correo de un admirador que escribía, “Recién leí El crepúsculo de la cultura americana y Edad oscura americana. Quiero agradecerle por sus brillantes libros sin ningún propósito”. Me pareció un comentario muy gracioso porque por supuesto que tiene razón: son libros sin propósito en tanto no tienen la capacidad de generar ningún cambio en absoluto. ¿De qué sirve la salud mental en un caso individual? Al menos de esto: que la persona conozca su propia narrativa personal, que pueda verla desde fuera, por decirlo de alguna manera, y que como resultado de esta transparencia decida hacer algo distinto. Quizá lo mismo vale para un país o una civilización, no lo sé. Pero lo que sí sé es que en Estados Unidos hay una escasa comprensión sobre cuál es la narrativa subyacente, o incluso de que existe una narrativa subyacente. También que hay un escaso interés en reflexionar sobre la identidad nacional, o la ausencia de ella, de cualquier forma que no sea superficial, como lo muestra, por ejemplo, el New York Times. Bajo una situación como la actual, el cambio no es una posibilidad; las probabilidades de que continuemos por este sendero de inconsciencia son apabullantes. En ese sentido, es cierto que mi obra carece de propósito. Como escritor y crítico social, no tengo la capacidad de evitar que el avión se estrelle; ni yo ni nadie. Más bien soy una especie de ingeniero que investiga el sitio donde se estrelló el avión, encuentra la caja negra, la examina y escribe el reporte de la necropsia. Y pienso que eso sí tiene algún valor. En última instancia, tanto los norteamericanos como los mexicanos necesitamos conocer Las raíces del fracaso americano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario